viernes, 27 de julio de 2007

La Silla Vacía

Don Bartolo ya pasaba los 80 pirulos y aunque nadie sabía por exactamente por cuantos las referencias que nos daba nos permitía imaginar que por unos varios otoños.

Su sangre era la típica del vitalicio de platea, tan infaltable como contrera. Un verdadero cultor del que “todo tiempo pasado fue mejor”. Don Bartolo era de esos que en la cancha no expresan su amor de manera explícita, sino por el atajo del rezongo permanente.

Era socio del Deportivo Unidos de Navarro desde que se acordaba, siempre nos contaba que su padre y su tío se disputaban el honor de haberlo asociado al club, aunque las lenguas del pueblo siempre dijeron que había sido su Tía Isadora, mientras flirteaba con el Secretario de actas del club.

Desde su platea, siempre la 57 desde que había llegado a vitalicio, había visto las mejores campañas del Deportivo, también las peores, desde allí vio jugar a cada una de las glorias, algunas ya adivinadas por él desde la reserva, y se cansó de hacerse malasangre con los pataduras que la directiva compraba en tiempos de vacas flacas.

Hay que decirlo, Bartolo no faltaba un solo domingo, algunos le atribuían esa constancia a su amor incondicional por el celeste y azul, otros, sus detractores, hartos de sus rezongos permanentes, lo relacionaban con que no tenía una mierda que hacer en su casa.

Lo cierto, en rigor, era lo primero, lo segundo eran comentarios que se aderezaban con lo que el propio Bartolo decía de su insufrible esposa.

Lo de cada Domingo era una rutina, con sándwich de bondiola, bajado con tinto y soda en la parrilla de Ernesto en la esquina de la cancha, llegada temprana al estadio, reserva, donde siempre soñaba con descubrir a algún ídolo del futuro, charla con los de la 56 y 58 y después si, esos 90 minutos, de sufrimiento insalubre sin importar la trascendencia de lo que se jugaba.

Y aquel domingo de mayo no fue tan distinto, aunque todos sabían que ese día Casimiro Iniesta no estaría en el banco con su inconfundible camiseta Nº 7. El 7 bravo, el loco Iniesta había sido transferido a otra Liga, una liga menor y más acorde a sus posibilidades y las de su rodilla y solo saldría antes del partido para recibir sus últimos aplausos y despedirse definitivamente de sus hinchas.

Bartolo llegó, se sentó y permaneció inmóvil durante la reserva, era increíble, no insultaba a los pibes, no los vilipendiaba ante cada yerro, y hasta hubo goles que no gritó, el arbitro salió indemne de su ya a apagado vozarrón. Mudo, con los ojos como cristalizados. Tan rara era su actitud que los demás plateistas lo miraban, la barra llegó y, en vez de colgar los trapos, también miraban la platea Norte confundidos. El Chango Gutiérrez, DT de la reserva, cada tanto miraba para arriba para confirmar la presencia de Bartolo, y Bartolo estaba, pero mudo. Saverio Benet el 3, acostumbrado a surcar el lateral oyendo un sinnúmero de insultos para él y encargados para que repartiera entre sus compañeros, no lograba concentrarse ante tamaña falta.

La reserva terminó y, si bien los pibes ganaron, se fueron al pequeño vestuario en silencio, se preguntaban si lo habían visto, al que lo había visto le preguntaban si estaba seguro…

Y así nomás, a 10 minutos de empezar el derby del pueblo contra Expósitos Navarrenses asomó la rubia cabellera de Casimiro Iniesta. No bien pisó la cancha Tulio, el del buffet, le acercó un micrófono para que hablara. Y Casimiro habló, se emocionó y emocionó a todos. Mientras hablaba la gente coreaba Casimiiiiiiro, Casimiiiiiiiiro… y el loco se quebró, tiró a la mierda el micrófono y levantó los brazos, apuró el paso al vestuario y se fue para que nadie lo viera llorar, por el camino se cruzó con sus compañeros, los saludó a todos, incluso al DT, Lisandro Perez, el que lo había borrado.

El arbitro pitó y el partido empezó, como siempre con la pierna fuerte que en rigor marcan los clásicos como estos, el griterío se hizo infernal y la cancha toda se olvidó de Iniesta que, para ese entonces, ya estaría saliendo para su casa donde lo esperaban los dirigentes del Central Ferroviario, su nuevo club para hacer los papeles. Pero Bartolo seguía mudo, con los ojos brillosos y ni había encendido su primer cigarrillo, cosa que por años había hecho ni bien sonaba el silbato.

Hasta que Bartolo habló.
- Me voy pibe – dijo.
- ¿Cómo Bartolo?, ¡si recién empieza!, no joda.
- No pibe, me voy, le hicieron un homenaje de mierda, chau.
- Pero vamos es un clásico contra los patas de lana estos, vamos Bartolo ¡no hinche las pelotas!
- Te dije que me voy, pibe, ¿qué querés? ¿que me de un bobazo? Estoy mal fue una mierda. Chau.

Y Bartolo bajó las escaleras de madera podrida, caminó hasta las vías y encendió el pucho, echó una puteada al aire y se permitió llorar un poco, por dentro le pidió perdón al loco Iniesta por putearlo el día que debutó contra Sporting Gallegos y tiró un penal a las nubes…si lo querría a Casimiro, lo del homenaje fue una excusa, pero lo del bobazo era cierto. Su corazón podía resistir los resultados del fútbol pero no los de los sentimientos, ni Bartolo ni su corazón podrían resistir ver aquella silla, la tercera empezando de su izquierda, vacía, la del almohadoncito, la que desde hacía cinco años ocupaba cada domingo, solamente el Loco, Casimiro Eliseo Iniesta.

viernes, 27 de abril de 2007

El Taxista, un Tocado con la Varita Mágica...



Si no es así desmiéntamelo. Vamos, dígame que el taxista es un excluido, dígalo si lo piensa. Yo se lo retruco a lo largo de este artículo, Usted, después, recapacite. Veamos algunos ítems interesantes…nótese que dejamos muchos en el tintero.

Factores Climáticos: El amanecer del día determina la conducta a seguir. Si llueve se puede quedar una ratito más en la cama, una ratito o todo el día. Si hace calor sale con la fresca o lo deja para la noche y el mediodía lo pasa en la quinta de un amigo que se atarea de casero. Cuando hay alerta meteorológico deja el coche en el garage, total “no me voy a arriesgar con un día así, mirá si graniza”.
El Horario: A su gusto y antojo. Digamos que no es un trabajo para adictos al laburo. Si es perezoso puede arrancar pasado el mediodía, con los ojos hinchados de tanto apolillar para nuestra para nada sana envidia. El almuerzo lo toma cuando pica el bagre (y todas las veces que pique), un café no se le niega a ningún amigo que lo llame al celular (porque todos tienen celular), y hasta alguna cervecita alguno se ha clavado. Si es noctámbulo, larga después de la cena, se labura bajo las estrellas y se duerme arruinado con los primeros rayos de sol de la mañana. El día que le pinta la fiaca, es San Fulano, y a darle a la almohada. Si le viene la modorra, el pasaje Gelly, cerca de Plaza Mitre, ahí en Recoleta, es un siestero de aquellos, mete el tacho en la cola y a dormir que se acaba el mundo.

Beneficios: Son muchos, innumerables y el lector puede agregar tantos como le de la gana. Cuánta facilidad tienen estos tipos para echarse una canita al aire!!!, nadie sabe dónde están, nadie sabe cuánto recaudan, se pueden meter en cualquier telurio con una señorita gastarse el jornal en lujo y placer para luego llegar a la casa con cara de Cristo crucificado diciendo: “vieja, no sabés cómo yiré hoy, hay una malaria impresionante, esto se va a la mierda…”. Y ahí empalmamos con otro clásico de este oficio, los tipos son predicadores de la verdad. Y la dicen con total impunidad. “Mirá que yo cargo gente acá y todos van a votar a la contra, si gana es fraude y lo sacan a patadas…” si, con la boca de coté y mirándonos por el retrovisor con cara de “pibe yo está me la se lunga”. Otra, son expertos economistas y/o sociólogos, “son todos giles, nene, esto yo ya lo ví, esto explota, se va al carajo”, ningún avezado economista puede prever, intuir ni conocer lo que estos seres aprendieron yirando con el tacho, ninguno.

No me diga que nunca le pasó que se le metan en la conversación con su acompañante ocasional, eso puede ser opinando, tomando partido o simplemente haciendo una insoportable sonrisa espasmódica que completan las líneas finales del diálogo.

Ni hablar que por el espejito pispean las partes pudendas de las pobres señoritas que hacen un esfuerzo por entrar al coche, asquerosos.

Omnipresencia: Nada como tomar un taxi a la salida de la cancha y empezar a comentar el partido. Ahí se dan 3 situaciones espectaculares. O bien jugó al fútbol hasta la 3º de algún club de renombre, seguramente a 1º no llegó por una lesión mas o menos trágica o por los típicos “acomodos” (ahí nos aclara que el fútbol es un arreglo inquebrantable y que en la cancha gritamos de tarados que somos nomás, él ya no, porque sabe “cada cosa”) o, la peor de todas, te discuten con una seguridad categórica todas y cada una de las jugadas, ¡¡¡ A vos que salís de la cancha y el lo escucho por radio!!!!, pero la mejor es que todos (todos) estuvieron o cuando debutó Maradona o el día que Francescoli hizo la chilena, o lo vieron a Rojitas de chiquito jugando a la mancha en el barrio. Es increíble pero estuvieron en todos lados, cuando bombardearon la Plaza, cuando De La Rúa huyó, o en las situaciones en las que todo el mundo se guardó ellos aseguran haber yirado, con seguridad y sin sonrojarse, o cuando volvió Perón, “yo fui, no sabés lo que fue eso, de pedo no me emplomaron”. Casi todos sufrieron un asalto y, salvo honrosas y honestas excepciones, todos repelieron el peligro cual héroe de esos que salen en Uniseries, tienen algún cohetazo en el cuerpo (nunca visible) y resistieron “porque yo el auto no se lo doy, 40 tiros me tienen que meter para sacármelo”, o la típica, “los fui a buscar” y “esos no joden más”, si el pasajero es una señorita, el episodio, seguramente, tomará ribetes épicos.

Después de leer estas líneas verifique su rechazo a nuestra teoría de que estos señores son elegidos del señor en esta vida, todos lloran miseria pero…alguien conoce un taxista pobre?, por empezar, todos tienen auto y siempre se van de vacaciones (después nos lloran hasta cuanto gastaron)…en fin, sírvase este pequeño racconto sobre las veleidades del taxista, al menos, para darle una mano a nuestros jóvenes inmersos en sus profundas crisis vocacionales…